Villa Flandria

Av. Flandes 1272
(CP6706)
LUJÁN
BUENOS AIRES
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La historia de nuestra historia

El gran padre de nuestra algodonera arriba a Argentina en los inicios de 1920, su llegada se realizo junto a sus hermanos Léonard y Charles y a José de la Arena, quien era gerente de Braceras y Compañía. El motivo por el cual Julio vendría a la Argentina, no esta bien clara, aunque una leyenda cuenta que vino a cobrar una quiebra, hay historiadoras como ser Mariela Ceva que cuestiona dicha leyenda.

Tres años más tarde, en 1923, los  hermanos Steverlynck fundaron La Textil Uruguaya S.A., en Montevideo, que quedó a cargo de Léonard. Mientras Charles decidía su regreso a la Bélgica natal

n año más tarde, Julio, inmortalizado más tarde como “don Julio”, abría las puertas de Algodonera Flandria Sudamericana, en Valentín Alsina, con viejos telares que trajo de Europa.

La familia Steverlynck tenía como idea el regreso de Julio a Europa, pero Julio, cambio los planes solo volviendo al viejo mundo para oficiar su casamiento con María Alicia Gonnet. En Argentina Julio va a dar forma a su sueño familiar e industrial. Su decisión de quedarse en Argentina se centró en que podía trabajar a su gusto y desarrollar otras actividades que disfrutaba, como ser sembrar flores y plantar árboles, sin que nadie de la sociedad reprochara por dichos gastos.

En 1928, decidió, la compra del molino de Jáuregui, descartando la compra de un predio molinero en Bancalari. Con la compra del predio molinero se sembraba la semilla de la Algodonera Flandria S. A. en el partido de Lujan.

El rio servía para dotar de energía a la fábrica y la cercanía con la estación de trenes lo comunicaba con el comercio. Hay que recordar que el aspecto del predio distaba mucho del que tiene hoy en dia, ya que el molino se encontraba abandonado, al igual que todas las construcciones que desde un poco antes de 1900 se encontraban abandonas tras la ida de José María Jauregui a España. Hay que destacar de todas formas que comprar el predio de la Algodonera era un excelente negocio, ya que el costo total por las 28 hectáreas, era equivalente a pagar dos años de alquiler por unos galpones en Buenos Aires. Ese lugar alejado carente de servicios y con caminos imposibles para los días de lluvia Don Julio y Doña María construirán una leyenda que nos acompaña hasta el presente.

Don Julio pensó en todo lo que era necesario para lograr una buena producción y también planificó la vida de los trabajadores. Ofrecía salarios más que dignos, con beneficios inexistentes hasta el momento, entregaba parcelas de tierra con grandes facilidades. Uno de sus hijos recuerda “Mi padre soñaba con buenas casas para los trabajadores, pero también con hermosas quintas, gallinas y frutales. Estaba convencido de que, si lograban eso, vivirían mejor porque eran cosas que incrementaban la satisfacción por lo que es de uno, por su propiedad. Creía mucho en el sentido de responsabilidad personal. Decía que de ese modo la sociedad no podía andar mal”[1], recuerda su hijo Joris.

Don Julio planteo y defendió durante toda su vida un esquema comunitario, alejado de una visión netamente industrial, podría haber ganado mucha más plata, pero ese no era su interés central.

Don Julio también noto una carencia en la zona, no había nada que hacer después del trabajo, por lo cual los lugares a los que acudían los empleados eran los boliches. La solución que panifico fue la construcción de clubes, parroquias y otras entidades. En todos los proyectos del pueblo Don Julio dejo la huella de su pasión, mostraba una actitud paternalista pero luego de mostrar el camino a sus “hijos” buscaba que estos crezcan autónomamente. Si llegaba un pedido de ayuda, Don Julio colaboraba aportando el doble de lo que se recaudara por mes. Este accionar de Don Julio, incentivaba el desarrollo de las entidades, por medio de la búsqueda de socios, y fundamentalmente la construcción de la responsabilidad.

Dos inundaciones provocaron una quiebra, sin embargo el pueblo entero trabajo para la recuperación de la planta fabril, así como en dicho momento surgieron pequeños comercios y talleres, comenzaban a verse los frutos de la obra de Julio, la cultura del trabajo se había asentado en Flandria.

Las recompensas que Steverlynck otorgaba a sus trabajadores, chocaba con los modelos sindicalistas de la época, que eran apoyados por el gobierno peronista. Los sindicatos veían a Steverlynck como un boicoteador de paros, pero la realidad es que los trabajadores de flandria no adherían, porque no querían. Don Julio jamás pensó los paros como medidas “contra” su industria.

En medio de ese clima hostil, en 1948, lo llamo Eva Perón y al entrevistarse ella le dijo,  palmeándole la pierna, le dijo: “El General y yo nunca le vamos a perdonar una cosa, don Julio: que haya sido peronista antes de Perón”[2].

Don Julio tenía un modo particular de enfrentar los choques de interés, una anécdota cuenta que en una situación donde la fábrica se vio obligada a parar, decidió que esa jornada seria de football y asado para todos, por lo cual mando a comprar pelotas y asado para todo el turno.

El amor paternalista de Don Julio, se mostraba con todos a su paso, es muy recordada una actitud, con un ex administrativos, que abandono Flandria para abrir su propio comercio, Don Julio el día de la inauguración, envió una lista de compras que agoto el stock, de este comercio. Justificándose en su política de “compra local”, primero en Jáuregui, luego en Luján y finalmente fuera del partido. Esta actitud memorable de Don Julio se repitió con muchos de los comercios de la zona.

Su trabajo era la fábrica, su vida, la estancia Santa Elena, su esposa e hijos. Junto a su vida el recuerdo eterno de su Bélgica natal, la lectura constante de diarios mostró una vez más que Don Julio era un verdadero visionario, en 1938 anticipándose a la guerra que el veía que vendría y conociendo las bondades alimenticias y la preservación, envió a Bélgica un cargamento de Miel, solicitándole a su familia que los guarden en algún sitio a resguardo de confiscaciones del Estado.

El 23 de noviembre de 1975, el pueblo entero lloro el adiós a Don Julio, los diarios reflejaban este dolor en sus noticias.

Fue una personalidad polifacética, recia, emprendedora, creadora, dinámica, y de una extraordinaria humildad y mansedumbre, en la que por sobre todas las cosas campeó su señorío, su hidalguía y su hombría de bien.

Su larga y fecunda vida se apagó en contados minutos. Entregando su alma al Señor  con la misma serenidad con que había vivido.

Sus restos mortales descansarán en su querida Villa Flandria, en el cementerio local, una de sus tantas obras y donaciones. Según sus deseos, fue cubierto su cuerpo con la túnica de los Caballeros de la Orden del Santo Sepulcro, prendida en el pecho la Cruz de Guerra, y su féretro con tierra argentina y flamenca, que había traído especialmente en el último viaje que realizara a su país natal”[3].


[1] Joris Steverlynk, Extraido de Hecho en flandria

[2] Hecho en flandria

[3] El civismo citado en Hecho en Flandria.